México defiende su liderazgo ambiental en la cumbre, mientras refuerza su apuesta fósil

México presume liderazgo ambiental en la cumbre climática, pero refuerza refinerías y Pemex. ¿Es el liderazgo ambiental de México un avance real o solo discurso político?

México liderazgo ambiental, contraste urbano-industrial con áreas verdes

El reto del liderazgo ambiental mexicano frente a su modelo fósil. Foto de José Castillo en Unsplash

México se presentó en la reciente Cumbre Ministerial de América Latina y el Caribe rumbo a la COP30 como un país dispuesto a liderar la acción climática regional. La Secretaría de Medio Ambiente, encabezada por Alicia Bárcena, anunció la meta de reducir 140 millones de toneladas de CO₂ hacia 2030, lo que equivale a una disminución del 35 % respecto a los niveles actuales. Con este mensaje, el Gobierno busca consolidar el liderazgo ambiental de México en la región.

Sin embargo, detrás de los compromisos, el país sigue incrementando su producción de petróleo y gas a través de Pemex, construyendo refinerías y nuevas plantas de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) alimentadas por combustibles fósiles. La contradicción es evidente: ¿cómo puede México defender un liderazgo climático mientras impulsa proyectos que van en dirección contraria?


Compromisos climáticos y discurso oficial

En mayo de 2025, el Gobierno presentó la Estrategia Nacional de Cambio Climático actualizada, que incluye medidas de mitigación, programas de eficiencia energética, reforestación y restauración de ecosistemas. “Sí lo podemos lograr, vamos a poder decirle al mundo que México es uno de los países que lidera esta estrategia de mitigación”, afirmó Bárcena en declaraciones a El País.

La presidenta Claudia Sheinbaum, por su parte, ha prometido que para 2030 al menos el 45 % de la electricidad mexicana provendrá de fuentes renovables. Esta meta coloca al país entre los más ambiciosos de la región. Además, México ha propuesto la creación de un fondo latinoamericano contra el cambio climático, destinado a financiar proyectos de adaptación y mitigación, tal como recogió La Jornada.

El discurso también apela a la justicia social. Sheinbaum insiste en que la transición energética debe garantizar acceso equitativo a la electricidad y no dejar comunidades atrás. Esta narrativa refuerza la idea de un México como defensor climático que lidera con sensibilidad social y visión regional.


La otra cara: refinerías, gas y fracking

Pese a la narrativa ambiental, los planes de Pemex y la CFE dibujan un escenario distinto. En su plan estratégico 2025-2035, Pemex reconoce la necesidad de explotar yacimientos no convencionales —fracking incluido— con el objetivo de obtener 197 millones de barriles de crudo acumulado y 303 mil millones de pies cúbicos de gas hacia 2030, según un reportaje de Reuters.

Además, la construcción de la refinería de Dos Bocas en Tabasco y la ampliación de proyectos fósiles mantienen al país atado a un modelo energético contaminante. De acuerdo con Climate Action Tracker, las políticas actuales son “insuficientes” para cumplir con el Acuerdo de París y, en algunos aspectos, incluso muestran retrocesos.

Estas decisiones generan dudas sobre la coherencia del papel ambiental de México. ¿Puede un país reforzar su producción fósil y, al mismo tiempo, presentarse como líder climático en foros internacionales?


Seguridad energética como argumento

El Gobierno justifica esta dualidad con un concepto clave: seguridad energética. El fortalecimiento de Pemex y la CFE busca garantizar el suministro interno, reducir la dependencia de importaciones de combustibles y proteger a la población de la volatilidad de los mercados internacionales.

La lógica política es comprensible. Garantizar electricidad asequible para más de 126 millones de habitantes no es tarea menor. Sin embargo, esta apuesta genera tensiones con los compromisos internacionales. México corre el riesgo de quedar atrapado en una inercia fósil que limite su capacidad de adaptación a los cambios globales.

En este sentido, la transición energética en Latinoamérica representa una oportunidad de liderazgo regional. Países como Chile ya superan el 60 % de generación renovable y marcan el camino. Si México quiere mantener un rol protagónico, deberá acelerar sus inversiones en renovables y ajustar sus políticas internas.


Críticas y advertencias de expertos

Expertos y organizaciones ambientales han mostrado escepticismo frente al discurso oficial. “México envía señales contradictorias: lidera reuniones ministeriales y propone fondos climáticos, pero su matriz energética sigue dominada por el petróleo”, señala un informe del Baker Institute sobre la ambivalencia de la política climática mexicana.

Académicos nacionales también han alertado de un retroceso en las energías limpias. La proporción cayó del 24.9 % en 2021 al 21.5 % en 2023, según datos de El País. Este declive refuerza la percepción de que el liderazgo climático de México no avanza al ritmo necesario.

Las críticas se centran en la falta de coherencia entre metas anunciadas y acciones implementadas. Sin una hoja de ruta clara para abandonar gradualmente los hidrocarburos, los compromisos internacionales corren el riesgo de quedarse en papel mojado.


Implicaciones económicas y sociales

La contradicción mexicana no solo es ambiental. También tiene un fuerte componente económico. Invertir miles de millones en refinerías y oleoductos puede generar activos “varados” si el mercado global acelera su transición hacia renovables. Estos proyectos, rentables a corto plazo, podrían convertirse en cargas financieras para las generaciones futuras.

Además, la apuesta fósil impacta en la salud pública y en la calidad del aire de ciudades como Monterrey, Guadalajara o Ciudad de México. Organizaciones médicas advierten que las emisiones contaminantes incrementan enfermedades respiratorias y cardiovasculares, lo que a su vez aumenta los costes del sistema sanitario.

Frente a este panorama, la inversión en renovables no solo es una cuestión ambiental. También es una oportunidad de generar empleo, atraer capital extranjero y diversificar la economía. Si México logra aprovechar ese potencial, podrá sostener con credibilidad su papel de defensor ambiental en la región.


Conclusión: ¿realidad o narrativa?

La pregunta central es inevitable: ¿es el México liderazgo ambiental un liderazgo real o un recurso diplomático? Por un lado, los anuncios de reducción de emisiones, los planes de reforestación y la organización de cumbres climáticas apuntan a un país con ambición verde. Por otro, la apuesta por Pemex, las refinerías y el fracking minan esa credibilidad.

Para consolidar su papel como defensor ambiental, México necesita alinear su política energética con sus compromisos internacionales. También debe acelerar la inversión en renovables y garantizar una transición justa que no deje a nadie atrás. De lo contrario, corre el riesgo de convertirse en un “líder ambiental de papel”, cuyas palabras pesan más que sus acciones.


Preguntas frecuentes sobre el liderazgo ambiental de México

¿Qué significa realmente el liderazgo ambiental de México?

Es el rol que el país busca desempeñar en foros internacionales de cambio climático. México propone compromisos ambiciosos y estrategias regionales, pero su credibilidad depende de la coherencia entre discurso y acción.

¿Cómo afecta la producción de petróleo al papel ambiental de México?

La expansión de Pemex y la construcción de refinerías refuerzan la dependencia de los combustibles fósiles. Esto contrasta con las metas de reducción de emisiones y debilita el liderazgo climático de México frente a la comunidad internacional.

¿Puede México ser un defensor ambiental y productor de hidrocarburos al mismo tiempo?

En teoría sí, si logra invertir lo suficiente en mitigación, eficiencia y energías limpias que compensen el peso de los fósiles. Sin embargo, la realidad muestra que el crecimiento fósil supera hoy a los avances renovables, lo que cuestiona el papel ambiental de México.

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