Megaplanta desalinizadora en Atacama: ¿solución definitiva al agua en 2026?

Atacama quiere convertir el agua del mar en esperanza. La megaplanta desalinizadora promete transformar la crisis hídrica de Chile en una oportunidad histórica. Pero detrás del optimismo, quedan desafíos energéticos, ambientales y sociales que determinarán si en 2026 habrá realmente un antes y un después para el desierto más árido del planeta.

vista aérea de la megaplanta desalinizadora en Atacama, Chile, 2026

Vista aérea de la megaplanta desalinizadora de Atacama, Chile (imagen generada por IA).

En el corazón del desierto más árido del mundo, Atacama vuelve a ser noticia. Chile avanza con una megaplanta desalinizadora en Atacama que promete ser la gran apuesta hídrica de la próxima década. Pero ¿puede realmente una planta de este tipo garantizar agua suficiente para la población, la minería y la agricultura en 2026? El desafío, que mezcla ingeniería, política y sostenibilidad, está en el centro del debate nacional.


La sequía que no da tregua: por qué Chile apuesta por la desalinización

Con precipitaciones históricamente mínimas y acuíferos sobreexplotados, la Región de Atacama ha vivido una crisis hídrica estructural durante más de una década. En ciudades como Copiapó o Caldera, el agua se ha convertido en un recurso escaso y estratégico. Frente a ello, el Gobierno chileno ha impulsado una política de infraestructura basada en la desalinización del agua de mar, bajo la supervisión del Ministerio de Obras Públicas (MOP).

Actualmente, Chile cuenta con más de 17 proyectos de plantas desalinizadoras en distintas etapas de desarrollo, según datos de Infraestructura Pública. De ellas, varias se concentran en el norte del país, donde la escasez hídrica amenaza tanto el consumo humano como las operaciones mineras.

En este contexto, la desalinizadora de Atacama 2026 surge como un emblema: una infraestructura crítica para garantizar la seguridad hídrica de la región más árida del planeta.


Cómo funciona la planta actual de Atacama

La primera planta desaladora de gran escala en la región, operada por Inima Chile, se encuentra en Caldera y abastece a más de 200.000 habitantes de las comunas de Copiapó, Tierra Amarilla y Chañaral. Entró en operación en 2022, con una inversión aproximada de 250 millones de dólares y una capacidad inicial de 450 litros por segundo, ampliable a 1.200 L/s.

Su tecnología se basa en ósmosis inversa, con sistemas de recuperación de energía mediante intercambiadores de presión (PX), reduciendo el consumo eléctrico a apenas 2,8 kWh/m³, una cifra notablemente eficiente para una planta de su tamaño (Energy Recovery, estudio técnico 2024).

La instalación marcó un antes y un después en la gestión hídrica del norte chileno, consolidando la desalinización como una de las estrategias clave para el abastecimiento futuro.


Nuevas obras hacia 2026: la era de la megadesalación

Si bien la planta de Caldera ya está operativa, el horizonte 2026 apunta más alto. Según BNamericas, se proyecta iniciar la construcción de la megaplanta desalinizadora ENAPAC, valorada en 1.500 millones de dólares, que abastecerá simultáneamente a la minería y a comunidades urbanas.

Este megaproyecto —ubicado también en Atacama— planea ser uno de los sistemas de desalinización más grandes de América Latina, con capacidad de más de 2.500 L/s, impulsado por energías renovables y diseñado bajo estándares ESG. Se espera que sus primeras fases estén listas entre 2026 y 2028, convirtiéndose en un modelo exportable para otras regiones secas del continente.

En paralelo, el MOP ha anunciado licitaciones para una planta multipropósito en Coquimbo, con una capacidad de 1.200 L/s, que comenzará a construirse en 2026. Ambas infraestructuras forman parte de una política nacional que busca duplicar la capacidad de desalinización de Chile antes de 2030.


Desalinizadora Atacama 2026: ¿solución definitiva o medida temporal?

Hablar de “solución definitiva” puede ser optimista. Si bien las plantas de desalinización ofrecen agua constante e independiente del clima, su eficacia depende de factores energéticos, ambientales y sociales.

Entre las ventajas más claras destacan:

  • Suministro estable y predecible, incluso en años extremadamente secos.
  • Reducción de la presión sobre acuíferos y ríos, protegiendo ecosistemas locales.
  • Posibilidad de uso compartido entre consumo urbano e industria, optimizando recursos.

Sin embargo, el impacto ambiental sigue siendo una preocupación. Investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile han advertido sobre los efectos de la descarga de salmuera en el borde costero, que puede alterar la salinidad y afectar especies marinas si no se controla adecuadamente (Facultad de Ingeniería UC).

Además, los costos de operación —mantenimiento de membranas, energía eléctrica, transporte del agua a zonas interiores— son elevados. Esto exige tarifas sostenibles o modelos mixtos de financiamiento público-privado, algo que el Gobierno chileno está intentando consolidar a través de concesiones hídricas regionales.

Por tanto, la megaplanta desalinizadora en Atacama 2026 puede ser un pilar fundamental de la estrategia hídrica nacional, pero no la única respuesta. Su éxito dependerá de una combinación entre infraestructura, gestión eficiente y planificación territorial.


Lecciones para la región y vínculos con la sostenibilidad urbana

Chile se está consolidando como un referente latinoamericano en soluciones hídricas basadas en ingeniería costera, al igual que otras tendencias analizadas en Habitaro sobre infraestructura verde y habitabilidad urbana o crisis hídrica urbana.
Sin embargo, el país también enfrenta dilemas comunes: ¿cómo equilibrar la seguridad del agua con la protección ambiental y el acceso equitativo?

La clave podría estar en integrar las plantas desalinizadoras con energías renovables, sistemas de reciclaje de agua industrial y programas de educación ciudadana en consumo responsable. Solo así estas infraestructuras podrán trascender el carácter de “emergencia” para convertirse en soluciones de largo plazo.


Conclusión: la desalinizadora Atacama 2026 como símbolo de resiliencia

La desalinizadora Atacama 2026 representa mucho más que una obra hidráulica: es un símbolo de cómo la ingeniería puede reescribir la relación de un país con el agua. Su impacto potencial es enorme: abastecer a cientos de miles de personas y garantizar el funcionamiento de sectores productivos estratégicos.

Pero su éxito no se medirá solo por metros cúbicos producidos, sino por su capacidad para integrar sostenibilidad ambiental, eficiencia energética y gobernanza responsable. Si Chile logra ese equilibrio, Atacama podría pasar de ser el desierto más seco del planeta a un ejemplo global de resiliencia hídrica y tecnológica.


Preguntas frecuentes

¿Cuánta agua producirá la nueva desalinizadora de Atacama?

La planta actual genera unos 450 L/s, ampliables a 1.200 L/s. Los nuevos proyectos, como ENAPAC, apuntan a superar los 2.500 L/s, lo que podría cubrir la demanda de más de medio millón de habitantes.

¿Cuándo comenzará a operar la megaplanta desalinizadora?

Según las proyecciones del MOP y BNamericas, la construcción principal podría arrancar en 2025, con puesta en marcha parcial en 2026, dependiendo de permisos ambientales y energéticos.

¿Será la desalinizadora Atacama 2026 la solución definitiva al agua en el norte de Chile?

Será una pieza clave, pero no la solución total. Se necesita combinar desalinización, eficiencia hídrica, energías renovables y políticas de gestión integrada del recurso para lograr una sostenibilidad duradera.

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