Arquitectura de Bernini y Borromini: cuando la utilidad se convirtió en espectáculo

composición visual que une la cúpula barroca de San Carlo alle Quattro Fontane con el interior moderno del Museo de Chengdu, mostrando la influencia de la arquitectura de Bernini y Borromini en la arquitectura contemporánea

Diálogo entre el barroco y la arquitectura moderna: la cúpula de Borromini se funde con las curvas contemporáneas del Museo de Chengdu.

En el siglo XVII, dos arquitectos italianos —Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini— llevaron la arquitectura más allá de la construcción. Convirtieron la piedra en emoción, la luz en materia y los templos en auténticas experiencias sensoriales. Su legado, tan admirado como controvertido, no se mide en metros ni en volúmenes, sino en la capacidad de traspasar los límites entre utilidad y espectáculo.
Hoy, cuando las curvas de Zaha Hadid, las alas estructurales de Santiago Calatrava o las envolventes de titanio de Frank Gehry nos sorprenden, lo que vemos es la misma tendencia barroca: una arquitectura que no se conforma con ser útil, sino que busca conmover.

Roma, el laboratorio donde nació la arquitectura de Bernini y Borromini

La arquitectura de Bernini y Borromini no surge por azar. Roma, a comienzos del siglo XVII, era una ciudad en plena metamorfosis. Tras el Concilio de Trento, la Iglesia necesitaba comunicar poder y fe con un lenguaje nuevo. El arte se convirtió en propaganda espiritual, y la arquitectura, en el teatro del alma.

Bernini y Borromini, rivales y complementarios, encarnaron dos maneras de entender esa misión: el primero, teatral y emotivo; el segundo, introspectivo y matemático. Ambos rompieron con la rigidez clásica, generando espacios donde la forma y la luz se convertían en herramientas de persuasión y belleza.



Bernini: el escultor del espacio

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), hijo del escultor Pietro Bernini, fue un prodigio precoz. A los 20 años ya modelaba mármol como si fuera carne y diseñaba capillas que parecían escenarios celestiales. Su talento lo llevó al corazón del Vaticano, donde transformó la ciudad en un espectáculo de fe y poder.

La plaza de San Pedro es quizás su manifiesto más universal: un espacio pensado no solo para acoger multitudes, sino para abrazarlas simbólicamente. Las columnatas, dispuestas como brazos abiertos, unen teología y urbanismo. No se trata solo de funcionalidad —la circulación de peregrinos o la ordenación del espacio—, sino de emoción y mensaje.

En la capilla Cornaro, donde se encuentra El éxtasis de Santa Teresa, Bernini lleva la fusión de artes al extremo: arquitectura, escultura y luz trabajan juntas para producir un efecto espiritual tangible. Los críticos neoclásicos del siglo XVIII lo acusarían más tarde de “teatralidad excesiva”, pero esa teatralidad era precisamente su objetivo: provocar fe a través de la belleza.


Borromini: el matemático de la emoción

Francesco Borromini (1599-1667) fue, en cambio, el arquitecto del enigma. Su arquitectura parece hablar en código: geometrías que giran, cúpulas que se elevan como espirales, curvas que fluyen como si la piedra estuviera viva.

Su San Carlo alle Quattro Fontane (1638-1646), conocida como San Carlino, resume su genialidad. En un solar minúsculo, Borromini crea una planta ovalada que late, que respira. Los muros se curvan hacia dentro y hacia fuera como si estuvieran en movimiento; la luz se filtra por la cúpula y multiplica la sensación de infinito. No hay línea recta que no se quiebre, ni superficie que no tiemble.

En la iglesia de Sant’Ivo alla Sapienza, su lenguaje alcanza el éxtasis geométrico: triángulos, hexágonos y espirales se entrelazan en un equilibrio dinámico. Como Borromini escribió, “el arquitecto debe ser un geómetra que traduce el misterio divino en forma”.
Pero en su época, esa audacia le costó caro. Muchos contemporáneos lo acusaron de “negar la buena arquitectura”. Su estilo, demasiado libre para el gusto clásico, sería incomprendido durante siglos. Hoy, sin embargo, sus edificios se leen como prototipos del diseño paramétrico y la geometría viva.


Entre la razón y el asombro

Tanto Bernini como Borromini fueron criticados porque no subordinaban la forma a la función. Construían experiencias, no solo edificios. Su arquitectura se situaba en un terreno liminal: no era pura ingeniería ni pura escultura, sino algo intermedio.
Los historiadores coinciden en que ambos pusieron en crisis el paradigma vitruviano de “firmeza, utilidad y belleza”, enfatizando la tercera a costa de las dos primeras. Y en esa elección estética —criticada por los racionalistas posteriores— reside gran parte de su genialidad.

“Lo útil se olvida; lo bello perdura.”


Del mármol al titanio: el barroco digital de la arquitectura actual

Cuatro siglos después, ese impulso no ha desaparecido. Lo que en Roma fue mármol y estuco, hoy son titanio, vidrio y carbono. La emoción ha encontrado nuevas herramientas: softwares de modelado 3D, algoritmos generativos, estructuras dinámicas.

Zaha Hadid y la fluidez barroca

Zaha Hadid llevó la intuición espacial de Borromini al siglo XXI. En el Heydar Aliyev Center de Bakú, las superficies se ondulan como una nube sólida. No hay separación entre suelo y techo: el espacio fluye, se curva y se expande con la misma libertad con que Borromini dibujaba cúpulas imposibles.
Su MAXXI Museum en Roma —una paradoja deliciosa, levantar un barroco contemporáneo en la ciudad del barroco—, continúa ese diálogo. El visitante no camina, navega entre líneas y luces.

Calatrava y la escultura estructural

El valenciano Santiago Calatrava representa la otra cara del barroco moderno: la búsqueda de monumentalidad estructural. En la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, cada edificio parece una criatura viva, mitad ingeniería, mitad escultura.
Su Turning Torso de Malmö, una torre en torsión, recuerda la linterna helicoidal de Sant’Ivo alla Sapienza; ambas buscan movimiento, ambas desafían la gravedad. Y en el Museo del Mañana de Río de Janeiro, la estructura se abre al horizonte como la columnata de Bernini: un gesto simbólico que abraza al visitante.

Frank Gehry y el teatro urbano

Frank Gehry comparte con Bernini la voluntad de sorprender. El Museo Guggenheim de Bilbao, con sus pieles de titanio que se pliegan como velas al viento, es la versión contemporánea de la plaza de San Pedro: una escenografía que transforma la ciudad y la percepción del espacio público.
Su Fundación Louis Vuitton en París prolonga ese juego de luz y forma, evocando la espiritualidad arquitectónica a través de materiales contemporáneos.


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Continuidad y aprendizaje

¿Qué une a todos ellos? Que convierten la arquitectura en relato. En el Barroco, los edificios narraban la gloria divina; hoy, narran la ambición humana, la tecnología o la sostenibilidad.
Pero el principio sigue siendo el mismo: la arquitectura como emoción. En un mundo que tiende al minimalismo funcional, la arquitectura de Bernini y Borromini nos recuerda que la belleza también es una función.

Los arquitectos actuales disponen de herramientas que aquellos maestros solo podían soñar, pero el objetivo persiste: crear espacios que nos conmuevan.


El barroco no murió, se digitalizó

Bernini y Borromini entendieron que el espacio podía ser tan expresivo como una escultura o una sinfonía. Su legado se percibe hoy en cada edificio que busca emocionar, en cada curva que transforma la luz en movimiento.
La frontera entre lo útil y lo bello, entre la razón y el asombro, no ha desaparecido: se ha trasladado al terreno del diseño digital y la ingeniería avanzada.
Quizá el mayor homenaje a estos dos genios sea reconocer que la arquitectura sigue siendo, cuatro siglos después, un arte capaz de conmover tanto como de servir.


¿Por qué fueron criticados Bernini y Borromini en su tiempo?

Porque su arquitectura priorizaba la emoción, la escenografía y la innovación formal sobre la funcionalidad clásica. En el siglo XVII eso fue visto como una provocación frente al equilibrio racional del Renacimiento.

¿Cómo influye la arquitectura de Bernini y Borromini en la actual?

Su búsqueda del movimiento y la teatralidad inspiró a arquitectos contemporáneos como Zaha Hadid, Santiago Calatrava o Frank Gehry, que también mezclan estructura y arte.

¿Qué podemos aprender de ellos hoy?

Que la función no está reñida con la emoción. La arquitectura que impacta y se recuerda es aquella que, además de servir, inspira y comunica una experiencia.

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