¿Qué se esconde tras las grietas del hormigón? El acero que se oxida en silencio

Barras de acero oxidadas expuestas en una estructura de hormigón agrietado

Imagen generada digitalmente que representa unas barras de acero corroídas de un hormigón agrietado, una de las patologías más comunes en las estructuras modernas.

A simple vista, el hormigón parece un material eterno. Forma los pilares de los rascacielos, sostiene autopistas y dibuja el esqueleto de ciudades enteras. Pero bajo esa apariencia impenetrable se libra una batalla lenta y constante: la corrosión de las armaduras, el proceso por el cual el acero que da fuerza al hormigón se oxida desde el interior.

Lo que empieza con una mínima filtración de agua o una fisura casi imperceptible puede convertirse, con los años, en una fractura estructural. La corrosión es silenciosa, pero implacable, y ha pasado de ser una patología puntual a una preocupación global para la ingeniería y la arquitectura contemporánea.



El origen químico de un problema estructural

El hormigón armado combina dos materiales opuestos: el hormigón, fuerte ante la compresión, y el acero, resistente a la tracción. Juntos conforman una de las innovaciones más revolucionarias de la historia de la construcción. Sin embargo, su unión depende de un delicado equilibrio químico.

El hormigón, al ser alcalino, protege las barras de acero con una fina capa pasivante que evita la oxidación. Cuando ese equilibrio se rompe —por contaminación, filtraciones o envejecimiento— el acero queda expuesto y comienza a corroerse.

Los principales enemigos son:

  • La carbonatación, una reacción entre el dióxido de carbono del aire y los componentes del hormigón, que reduce su pH y elimina la protección natural del acero.
  • Los cloruros, procedentes del agua marina o de sales deshielantes, que atacan directamente las armaduras incluso sin alterar el pH.
  • Las fisuras y porosidades, que permiten la entrada de agua y oxígeno.
  • El mal curado o un recubrimiento insuficiente, que dejan el acero sin la barrera necesaria para resistir el paso del tiempo.

Una vez iniciado, el proceso es imparable si no se detecta y corrige. El acero oxidado aumenta de volumen hasta seis veces, ejerciendo presión interna y fracturando el recubrimiento de hormigón. El daño se retroalimenta: cuanto más se oxida, más se agrieta, y cuanto más se agrieta, más se oxida.


Señales de alerta en la superficie

A menudo, la corrosión se oculta durante años bajo una fachada aparentemente intacta. Pero hay síntomas que los técnicos saben reconocer:

  • Manchas rojizas o marrones que delatan la migración de óxidos hacia la superficie.
  • Fisuras lineales siguiendo la dirección de las armaduras.
  • Desconchados y desprendimientos del recubrimiento.
  • Pérdida de material o abombamientos en vigas y pilares.

Cuando la corrosión alcanza niveles avanzados, puede comprometer la adherencia entre el acero y el hormigón, reduciendo drásticamente la capacidad portante de la estructura.



Obras que han sufrido los efectos del óxido

El fenómeno no distingue entre pequeñas edificaciones y grandes iconos de la ingeniería.

  • Puente Morandi (Génova, 2018): la corrosión interna en los tirantes de hormigón armado fue uno de los factores señalados tras el colapso.
  • Viaductos en zonas costeras de Florida, Portugal o el Mediterráneo: los cloruros marinos obligan a costosas operaciones de refuerzo cada década.
  • Edificios residenciales en primera línea de mar: el aire salino acelera la carbonatación y provoca desprendimientos en fachadas.

En España, diversos estudios del Instituto Eduardo Torroja y del IETcc confirman que más del 40 % de las patologías estructurales detectadas en edificaciones están relacionadas con procesos de corrosión en el hormigón armado.


Cómo se combate la corrosión antes de que aparezca

La prevención es la mejor defensa, y empieza mucho antes de colocar la primera barra.

  1. Diseño responsable de la mezcla
    • Usar cementos adecuados al entorno (sulfato resistentes o con adiciones minerales).
    • Controlar la relación agua/cemento para reducir la porosidad.
  2. Recubrimientos y curado correctos
    • Garantizar espesores mínimos según la exposición ambiental.
    • Proteger el hormigón durante el fraguado para evitar fisuras tempranas.
  3. Protección del acero
    • Emplear armaduras galvanizadas, inoxidables o recubiertas con epoxi.
    • Añadir inhibidores de corrosión directamente en la mezcla.
  4. Diseño de drenajes y juntas
    • Evitar acumulaciones de agua y permitir la correcta evacuación de humedad.
  5. Mantenimiento predictivo
    • Realizar inspecciones periódicas con equipos de ultrasonido o sensores de potencial eléctrico que detectan la corrosión antes de que sea visible.

La lucha desde dentro: protección catódica y tecnologías emergentes

Cuando la corrosión ya está presente, las reparaciones tradicionales (picado, limpieza, morteros de reparación) son solo una solución temporal. En los últimos años, la ingeniería ha desarrollado métodos más duraderos, como la protección catódica, que aplica una corriente eléctrica inversa para detener el proceso de oxidación.

A esta técnica se suman nuevos avances:

  • Sensores embebidos que monitorizan la humedad, el pH y el potencial eléctrico.
  • Sistemas de inyección que reponen alcalinidad en zonas carbonatadas.
  • Revestimientos nanoestructurados que repelen el agua y los agentes agresivos.

La combinación de materiales inteligentes y mantenimiento digital está marcando el camino hacia una ingeniería preventiva, más eficiente y sostenible.


Impacto económico y ambiental

La corrosión estructural es un problema de dimensiones globales. Según la World Corrosion Organization, su coste anual ronda el 4 % del PIB mundial, lo que equivale a billones de euros en pérdidas. En países con litoral, la cifra se dispara.

Más allá del impacto económico, está el coste ambiental: sustituir componentes corroídos implica fabricar más acero y cemento, dos materiales con alta huella de carbono. En este sentido, prolongar la vida útil de las estructuras no solo es rentable, sino también una cuestión de sostenibilidad.


Reflexión final

La corrosión no se ve, pero se siente en cada grieta, en cada desprendimiento, en cada estructura que envejece antes de tiempo. Es una lección de humildad para la ingeniería moderna: incluso los materiales más fuertes pueden fallar si se ignora la química que los une.

La durabilidad ya no se mide solo en toneladas o metros cúbicos, sino en la capacidad de anticipar lo invisible. Y en esa anticipación está el futuro de la construcción sostenible.


Corrosión y otras amenazas invisibles en la construcción

La corrosión de armaduras forma parte de un conjunto de desafíos silenciosos que acompañan a las grandes obras del siglo XXI. La resonancia estructural puede hacer vibrar puentes hasta el colapso; los asentamientos diferenciales abren grietas donde la tierra cede; el choque térmico en fachadas de vidrio provoca fracturas repentinas en los rascacielos; los sismos exigen sistemas antisísmicos cada vez más precisos; y el efecto chimenea transforma el aire en un enemigo dentro de las torres más altas.

Todos ellos tienen algo en común: actúan sin ser vistos, pero dejan huella. La ingeniería actual no solo debe construir, sino también comprender y dominar esas fuerzas invisibles que ponen a prueba la arquitectura contemporánea.


Preguntas frecuentes

¿Por qué la corrosión es tan peligrosa si ocurre dentro del hormigón?
Porque debilita las armaduras desde el interior y genera fisuras que multiplican la entrada de agua y oxígeno.

¿Cuánto tarda en aparecer la corrosión en un edificio?
Depende del entorno. En zonas costeras o industriales puede empezar en menos de 10 años si no hay protección adecuada.

¿Se puede reparar una estructura corroída?
Sí, pero la reparación es costosa. La protección catódica y los morteros especializados permiten prolongar la vida útil.

¿El hormigón autorreparable puede detener la corrosión?
Ayuda, pero no la evita completamente. Actúa sellando microfisuras para reducir la entrada de humedad.

¿Qué papel tiene el mantenimiento?
Fundamental. La inspección periódica y la limpieza de superficies expuestas son la primera barrera frente al deterioro.

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